Sumergida en la excelencia
Desde sus inicios en la Escuela Naval, Flor Rojas se encontró en un entorno donde la presencia femenina era escasa. Aproximadamente el 10% de los cadetes que ingresaron con ella era mujeres. Ella destacó al ser la única de su promoción que optó por la carrera submarina. De hecho es la primera mujer que lo es en la Marina. Y tras algunos años, ahora se encuentra navegando.

Pero ¿cómo llegó hasta allí? Su curiosidad y determinación la impulsaron a postularse en una calificación que, hasta hace unos años, se veía reservada para varones. «Siempre ha sido una calificación netamente para hombres, aunque en esos momentos no sabía. Tuve la oportunidad de visitar la fuerza de submarinos, pero no tuve como una mayor explicación acerca de las mujeres«, recuerda en diálogo con la Agencia Andina.
Decidió romper esa barrera y sumarse a la nueva generación de mujeres submarinistas. Durante las pruebas, demostró su capacidad sin experimentar diferencias con sus compañeros.

Flor comenta que su primer año se centró en la teoría. Se adaptó a una rutina de exámenes médicos, físicos y psicológicos. Todo se abordaba de manera sistemática: fundamentos básicos, manejo y simulaciones.
Con el tiempo, el segundo año le permitió sumergirse en la práctica, embarcándose en el submarino Pisagua, uno de los más emblemáticos que tiene la Marina, actualmente modernizado. En ese entorno de alta exigencia, comprendió el valor de cada detalle y lo que hay debajo del mar.
«La responsabilidad es mayúscula porque si fallamos, el submarino se puede hundir, exige mayor responsabilidad, incluso en salvaguardar nuestras vidas, y de las personas que están tripulando», afirma al resaltar la seriedad de su labor.
La experiencia a bordo le permitió descubrir que, en la oscuridad del fondo marino, la precisión, la coordinación y el trabajo en equipo son esenciales. No solo se formó técnicamente, sino que también aprendió a vivir en familia con sus compañeros, quienes, a lo largo de los cinco años de formación, se convirtieron prácticamente en sus hermanos.
Flor recuerda los entrenamientos en ambientes extremos, como parte de la formación de la carrera.
«Cuando estás en la peor de las situaciones, uno aprende a cómo responder rápido, a tener dirección en una situación de emergencia y de exigencia», comenta.
Su experiencia la ha preparado para enfrentar misiones internacionales. Próximamente participará en el operativo internacional UNITAS, donde entrenará junto a fuerzas navales de Estados Unidos y países de Latinoamérica.
Su visión de futuro es ascender de jerarquía. Ahora es teniente de segunda pero quiere seguir desarrollándose en diferentes departamentos, desde jefe de ingeniería hasta alcanzar el rango de comandante. Para ella, el género no es un impedimento para cumplir misiones de manera satisfactoria, progresar en su carrera o contribuir a la sociedad.
«He estado a bordo, he navegado varios días y he comprobado que no hay impedimentos para que una mujer pueda estar a la altura de estas exigencias», afirma. Pero no todo es trabajo, reconoce que uno de los pasatiempos que más disfruta es practicar deportes náuticos: nada, rema y se adentra en la vela.
El sueño de volar
Desde pequeña, Brenda Cantoral creció rodeada de cámaras y de todo lo que tenga que ver con la producción y animación audiovisual. Casi toda su familia graba, enfoca, ilumina y edita vídeos mediante la productora Tunche Films, premiada por sus animaciones. Pero sus sueños no iban por allí, confiesa a la Agencia Andina.
Las historias de su tío guardacosta, las anécdotas de marinos, submarinistas y pilotos navales también fueron marcando su niñez y adolescencia. Inspirada en esos relatos y la fascinación por los aviones, a los 15 años se dijo convencida que quería ser piloto. Buscó información sobre mujeres pilotos, pero era muy escasa.

Impulsada por esa pasión, al terminar el colegio, Brenda Cantoral postuló al riguroso proceso de admisión de la Escuela Naval, donde superó exámenes físicos, psicológicos y técnicos y logró asegurarse un lugar. La vocación militar se impuso.
Durante su formación, convivió con compañeros en cursos de supervivencia. Ahora recuerda con nostalgia las pruebas en la selva, en el desierto y en el mar. Asegura que todas esas experiencias suelen asociarse al ámbito masculino, pero para ella representaron la oportunidad de disfrutar un proceso que la impulsó a alcanzar sus sueños.
Brenda asegura que la disciplina y el talento no tienen género. Su dedicación la ha llevado a especializarse en el manejo de aeronaves Bell 206 y de la familia Sikorsky. Se ha convertido en la segunda mujer en pilotar aeronaves.
Comenta con seguridad que ser piloto no es solo manejar una aeronave hacia un punto de destino, incluye otras funciones como misiones de rescate y de ayuda humanitaria. Incluso si la nave sufriera algún percance, están entrenados para sobrevivir y adaptarse al lugar donde están.

Actualmente, Brenda, teniente naval de segunda, se desempeña como oficial de protocolo en el Buque Escuela a Vela, y continúa perfeccionando sus habilidades para ser una copiloto que permita contribuir con el desarrollo de la población.
Una de sus metas es participar y contribuir en operaciones internacionales y misiones de emergencia y señala que si uno tiene un sueño, sea hombre, sea mujer, no debe haber ningún tipo de restricción si uno quiere cumplirlo.
Contra viento y marea Flor y Brenda se consolidan como pioneras en una institución en la que cada vez está visibilizando una mayor la presencia femenina. Ellas desean que su ejemplo inspire a numerosas jóvenes a romper barreras y a atreverse a seguir un camino que, aunque desafiante, les permita hacer lo que realmente les apasiona.
